Como ven, unidad, unidad y unidad, son las 3 cosas que Nicaragua necesita urgentemente (para variar)

Como ven, unidad, unidad y unidad, son las 3 cosas que Nicaragua necesita urgentemente (para variar)

¿Saben de qué voy a hablar hoy? Pues de la unidad. Así como hablé ayer, antier y también voy a hablar mañana. Uno, porque es lo que Nicaragua necesita para salir del presidente Masacrador de niños, monarca del reino batracio, violador de niñas, ladrón de casas y bancos. Daniel Ortega pues ¿Quién más tiene tan florido curriculum?

Y dos, porque es la tarea más difícil que ha tenido Nicaragua en su historia. Es como cuando a mi me ponen a sumar sin calculadora. Por más urgente que sea la unidad, incluso cuando ha sido «de vida o muerte» (como ahora), nada, a los nicas no nos sale natural ser unidos.

Por eso me da tanta alegría haber vivido y participado en las marchas del año pasado. Es algo que solo pasa una vez en la vida en Nicaragua. Especialmente la marcha de las madres. Más de medio millón de compatriotas caminando por las calles de Managua, ondeando la bandera de Nicaragua. Fue bello, como un quesillo doble con extra de crema.

Ahora, un año después, si entras a Facebook o Twitter, vas a encontrar pleitos, quejas y mucho drama. Cualquiera diría que Masacrín tuvo éxito en su intención de dividir Nicaragua en mil pedacitos, para que (en comparación) su pedazo batracio no se vea tan pequeño.

Pero no hay que afligirse. Tipo foto de Instagram, son puras apariencias. Como pueden ver la foto de arriba, la realidad es otra. Félix Maradiaga, Juan Sebastian Chamorro y Medardo Mairena juntos, con un montón de nicas más, todos unidos para fregar a Masacrín donde más le duele, en los reales que le cascó a Chávez.

El primo Wilfredo Miranda lo tiene claro, por algo ha ganado premios (como yo). Tan es así, que hoy me mandó esta pequeña colaboración para ser publicada en exclusiva aquí en el mejor blog de Nicaragua y el Universo. Ojalá le llegué directo al divisionismo de los que no entienden que la unidad es un tema de prioridades, no de olvidar, ni de perdonar.

“Divisionistas” versus “aliancistas”, un tiro por la culata

 Por Wilfredo Miranda Aburto

Un debate estéril de moda que favorece a la dictadura. Más pragmatismo que sopese la complejidad de la crisis y menos teoría intransigente

En los últimos meses hay un debate que copa prioridades en varios sectores opositores o azul y blanco, como prefieran llamarlos: Las críticas contra la Alianza Cívica, el empresariado, la Unidad Nacional Azul y Blanco (UNAB). Mientras que desde otro sector la respuesta a los que critican es la de tildarlos de “divisionistas”. Vale la pena aclarar que la crítica no divide ni mucho menos en un momento tan complicado como el que atraviesa Nicaragua. La crítica es necesaria, pero también debe estar sustentada en la honestidad, consecuencia y cierta dosis de pragmatismo que demanda la situación actual: analizando y sopesando la complejidad de la crisis.

Es un tema peliagudo. Pero vale la pena abordarlo porque, siento, nos estamos perdiendo en una borrasca perniciosa que nos aleja de la crítica constructiva, y que, peor aún, beneficia sin duda a la dictadura que sigue asesinando, apresando, exiliando y bozaleando.

Tampoco hay respuestas sencillas y concretas. Y creo que nadie las tiene. Es por eso que la realidad actual necesita planteamientos apegados a los hechos, y no torcer las circunstancias para validar ciertas narrativas, como ha sucedido recientemente con noticias no comprobadas y, al corto plazo, falsas.

Empecemos por el tema candente, ese que da de qué hablar tanto en las redes sociales: Los empresarios. Primero lo innegable. La cúpula empresarial fue corresponsable de un esquema corporativo nocivo, que le permitió a la dictadura navegar en una macroeconomía estable, ganando con el negocio de la cooperación venezolana, mientras se implantaba un régimen autoritario que degeneró en una dictadura asesina. Aunque hay corresponsabilidades, es necesario definirlas muy bien. Las separa una línea muy delgada, pero que marca notable diferencia.

La rebelión de abril sorprendió a todos. Como toda revolución, quebró las alianzas y los paradigmas establecidos hasta el 18 de abril. Entre ellas la agenda corporativista, la llamada “de consenso”. Es un hecho que pronto los empresarios se pasaron al bando opositor cuando la realidad cambió: una represión anudada de ejecuciones extrajudiciales. Porque eso ya era injustificable como no así lo fueron los paños tibios con los que el COSEP afrontaba el tema de los fraudes electorales y el colegislar en el Parlamento. (Desgraciadamente, en la cultura política Latinoamérica solemos reconocer el mal hasta que las consecuencias son muy pero muy graves).

Es por eso y justificado que ciertos sectores sociales se lancen en la actualidad contra los empresarios. Y no está mal señalar corresponsabilidades nefastas del empresariado. El problema, en mi punto de vista, es que esta crítica contra el empresariado llega algo tarde en la manera cómo la plantean. Pareciera que algunos han descubierto después de abril El Capital de Marx. He aquí los antisistemas que aparecieron y se suman a los ya existentes en el panorama.

Si los empresarios llegaron hasta donde llegaron en Nicaragua, fue también por corresponsabilidad ciudadana. Sí, de todos. Porque cuando esta alianza corporativa empezó a fundirse en sus mieles, fueron los medios independientes (también denostado por estos sectores que critican al capital) quienes pusieron en agenda y discusión este problema estructural para la democracia. Fue en Confidencial en particular adonde se cuestionó al Cosep sin descanso, por su dualidad y la falta de consecuencia para el desarrollo económico que tanto presumían proveer. Sin embargo, yo no recuerdo a estos sectores planteando posturas en ese momento, ni desenvainando su espada de la teoría intransigente en aquel entonces. Ni tampoco esto generó mayor descontento en la ciudadanía. Y así empresarios y gobierno erigieron su consenso.

Los antisistema cuestionan que no haya paros. ¿Un paro a esta altura? Habría que preguntarle a los miles de pequeños y medianos empresarios —que no son la cúpula del empresariado— cómo les vendría una paralización al respecto, tras un año de quiebra. ¿Los que piden un paro indefinido les han preguntado a sus familiares empleados por el sector privado cómo les caería unos meses sin quincena? El país no necesita un paro per sé cuando ya existe una resistencia ciudadana al pago de impuestos. Por eso el régimen aplicó esa sangrona reforma tributaria.

Aunque no hay respuesta tajante al tema del paro u otras formas de presión, lo mejor es hablarlo y no imponerlo. Se trata de propuestas consecuentes para cumplirlas con realismo (en el paro de alcohol muchos compran cervezas para disertar sobre la realidad nacional en sus tertulias). La teoría de la tierra arrasada que promulgan los antisistemas es bastante contraproducente. Un editorial lo calificó como un disparo a la propia rodilla. Ciertamente lo es.

En la actualidad sociopolítica necesitamos menos teoría intransigente. Ojo con esto, ya que no significa olvidar o dar un salvoconducto a los empresarios. Hay que fiscalizarlos. Entonces he aquí la gran pregunta: ¿Qué hacer con la clase empresarial? La verdad es que la necesitamos en la lucha cívica. Recordar que el dictador Ortega llamó a los señores del gran capital para buscar un arreglo de cúpulas —como siempre ha sucedido en Nicaragua—, y estos señores dijeron no, con quién tiene que hablar es con la oposición reunida en la Alianza Cívica. Salió la segunda reedición del diálogo, que no sirvió para mucho pero sí para liberar a la mayoría de los presos políticos.

Para el gran capital hubiese sido muy fácil decirle a Ortega, okey, arreglémoslo, porque queramos o no ellos también están padeciendo los estragos económicos de la represión; incluso muchos empresarios continúan confiscados. Los empresarios son los más urgidos por resolver este embrollo, porque a medida que pasa el tiempo sus cuentas bancarias se enflaquecen.

Ahora dirán los de la teoría intransigente, que la Alianza Cívica es controlada por el empresariado. Es innegable que la representatividad no fue la idónea y estuvo dominada por los empresarios. La Alianza nació como una necesidad del momento, convocada por la Conferencia Episcopal. Los obispos llamaron a los sectores organizados del país (¡ojo con la palabra organizado!), y formaron una Alianza que, guste o no, con el paso de los meses se ha consolidado como la plataforma que trata de encontrar una salida para el país.

Tanto la Alianza como la UNAB han tenido aciertos y desaciertos. Han mutado en la medida que ha cambiado la realidad. Se han reformado y todavía les queda mayor labor para crear más consenso y menos crítica. La Alianza, sobre todo, debe mejorar su comunicación con la ciudadanía e informar de manera realista lo que trabajan; explicar mejor sus propuestas electorales y lo que implica la justicia transicional con todos sus claroscuros, entre otros temas.

Pero demeritar todo lo que estas instancias proponen, sin dar mayores salidas que la tierra arrasada, es poco beneficioso para el debate. Porque los azul y blanco necesitan organizarse… y organizarse en la diversidad es una tarea bastante compleja, que necesita más de tender puentes que de sembrar bombas en ellos. Y la salida es clara: para que haya justicia se necesita alternancia de régimen, y para eso se necesita elecciones. Porque creo que esa era la consigna nacional planteada a partir de abril. Pero parece que para muchos la salida a esta crisis radica en otras formas. No sé cuáles con exactitud, aunque dejan entrever otras vías ya caminadas con dolor por Nicaragua.

Sin embargo, tildar a los “antisistema” de divisionistas creo que es una bobería. Aunque si vale mencionar un hecho político: Daniel Ortega ha sido un político duradero por aplicar la jugada del “divide y vencerás”. Y lo hace sutilmente, implantando pequeñas semillas cizañeras que luego echan raíces maliciosas dentro la oposición. Sea con sus viejos aliados como el PLC, o creando animadversión a través de muchas personas útiles que, sin darse cuenta, terminan izando banderas tan intransigentes que no les permiten ver los grises de una realidad tan compleja. Porque organizar una oposición, una ciudadanía, cohesionada es un reto mayúsculo. El contexto actual de la lucha cívica es precisamente ese.

Como dije antes, al gran empresariado se le necesita en la lucha cívica, así como la fuerza inclaudicable del movimiento feminista. (Ellas son las únicas que siempre han estado organizadas, y también fueron las primeras en llamar sin ambages dictador a Ortega). Se necesita del movimiento campesino que se alzó contra el Canal, de los estudiantes, de la iglesia católica, de las bases de los partidos políticos, de los movimientos obreros, de los LGTBI, de los ciudadanos que en las encuestas se declaraban sin partido… se necesita de todos para conseguir el deseo supremo: salir de la dictadura criminal. Porque por primera vez en mucho tiempo tantas fuerzas han convergido para lograrlo. Y toca aunarlo. Pero, repito, la unidad en la diversidad es difícil para un país que ha tenido como cultura política el sectarismo.

La respuesta está en los primeros días de la rebelión popular. Feministas marchando junto a creyentes católicos, empresarios caminando junto a obreros, así entre otros ejemplos de alianzas impensables antes del 18 de abril. Porque antes que esta rebelión popular sea de equis o ye sector, es una revolución ciudadana. Y las diferencias que haya entre sectores deben reivindicarse ahora, pero discutirse cuando se logre la democracia. Por ahora, toca prioridad y enfoque contra El Carmen.

Que siga la crítica, pero no una crítica dogmática. Intransigencia solo contra la dictadura. Porque estar enfocados en el “divionistas” versus aliancistas” es un disparo certero a la unidad. Un tiro por la culata. Que allí está el verso de Darío: “Únanse, brillen, secúndense tantos vigores dispersos”.