Los sapitos también aman, pero el Comandante se queda

Los sapitos también aman, pero el Comandante se queda

Ella tenía la intensidad y la transparencia de los primeros días de abril. Sus ojos eran del color de las acículas marchitas que reposan sobre la tierra rojiza del norte. Una o quizás varias tristezas la acompañaban, pero su sonrisa era la evocación de una fiesta sobre un campo de grama mojada.

A las seis y treinta de la mañana tomaba su primer café en un pocillo metálico levemente descascarado en su borde inferior izquierdo. Y a las siete y cinco tomaba el bus que la trasladaba desde la parte sur de Managua hacia su centro.

Soy de oficio bombín

Yo por mi parte tenía el necesario oficio de bombín. A diario uso diferentes rutas de transporte colectivo para recorrer las enajenadas calles de managua buscando ofensores patrióticos, ósea esos que injustificadamente se quejan del gobierno.

Mi técnica es simple, le saco platica todo mundo, me gano su confianza para darles un falso sentido de seguridad para que se abran y suelten sus quejas. Trato de extraer la mayor información posible de estos apátridas. Luego de cada conversación tomo notas acuciosas. Nadie puede acusarme de negligente.

Una vez colectada la información me dirijo a la secretaria del partido a levantar informes. Estos informes son la base para acusaciones posteriores por traición a la patria. Debo admitir que a veces exagere en dichos informes, también debo admitir que a veces los utilice como instrumento de venganza.

Soy de numerosos enemigos

A manera personal debo decir que soy un hombre de metas y de trabajo duro, creo en mi partido y creo sobre todo en el comandante y la compañera. Creo en la ley de la atracción y en algún momento también creí en la reencarnación.

Si tuviera que medir mis logros, y parafraseando al compañero poeta José Martí, los mediría por la cantidad de enemigos que he hecho, los cuales son numerosos (incluyo en esta lista a mi vecina que no soporta mis domingos de música banda).

Sin temor a parecer pretencioso debo decir que mi carrera política ha ido en ascenso, en poco menos de dos años pase de vapulear opositores con la Juventud Sandinista a ser bombín. En unos diez o quince años podría llegar a ser diputado suplente y es ahí cuando the big bucks start rolling in.

El día que nos conocimos

El día que coincidimos, inadvertidamente me senté a su lado. Entre todo el bullicio matutino ella iba absorta en un libro titulado 1984. Inicialmente pensé que el libro hacía referencia a las elecciones de 1984, las cuales como todos sabemos fueron las primeras elecciones democráticas que Nicaragua celebró en 50 años y donde se demostró el arrollador apoyo de la población a la primera parte de la revolución.

Sin mucha vacilación le pregunte de que trataba el libro. Al inicio dudó en responderme, pero luego con mucha afabilidad me contó que la historia transcurría en un país de Europa, posterior a la segunda guerra mundial. Donde una sociedad era controlada agresivamente por un partido único, que vigilaba y mantenía a raya a toda la población y que castigaba sin ningún tipo de miramientos a aquellos que no se alineaban con el discurso oficial. Me habló de la relación tormentosa y traicionera de Winston y Julia.

Debo decir que me aterró la sola posibilidad de vivir en un país como ese. La elocuencia y la claridad de su narración me ganaron por nocaut. Es Scheherazade reencarnada pensé. No imaginé, no podría haber imaginado en el margen de esa mañana que la historia de una sociedad distopica donde la traición es un instrumento de supervivencia me hicieran agradecer el embotellamiento matutino. En ese momento entendí que yo estaba en la indefensión, y que mi única necesidad era saber más de ella.

La fucking maldita vida

Hubo una pausa y luego me dijo en un tono de complicidad “se parece a la Nicaragua en la que vivimos”. Me quede paralizado. Apenas nos conocíamos y ya la fucking maldita vida urdía lo necesario para desencontrarnos.

Ese fue uno de esos momentos donde la vida pesa más. Donde la saliva se espesa y se atora como lastre en la garganta. Y el peso silencioso de las palabras estrujan el pecho.

Escribió algo en un papel y me lo dio, “este es mi número, me caíste bien, sos bueno escuchando, la próxima vez te contare de Fahrenheit 451”. Luego se levantó del asiento apresuradamente y se dirigió hacia la salida de la ruta.

El manual rojo y negro del bombín

¿Como debería lidiar con esta adorable antirrevolucionaria?
¿Como resolver este conundrum?
¿Debo denunciarla o invitarla a un café?

El manual rojo y negro del bombín especifica que debo denunciarla y también dice que el hecho que esté cuestionando esa directriz implica que estoy perdiendo la mística revolucionaria. La claridad de mi deber parece declinar mientras recuerdo su voz y escucho el cuestionamiento melancólico de Julee Cruise “…Then I saw your face, Then I saw your smile…”.

Hay temas de índoles prácticos que parecen insalvables. Es seguro que me despreciaría en el momento que supiera sobre mi trabajo. ¿Podría yo convencerla de abrazar la revolución? ¿Me acompañaría a las vigilias previas al 19 de Julio en la colonia San Antonio?

El Comandante se queda

Ante la improbabilidad de esos escenarios, tuve el deseo secreto de haber sido parte de oposición. De esa forma hubiese podido ser alguien digno para sus ojos. Sentí un poco de desprecio por mí mismo. En un momento de claridad u ofuscamiento me cuestioné si el hecho de denunciar a alguien por verter su opinión no entraba en una contradicción directa con la línea de libertad e igual que promulgaba nuestra revolución.

Cómo sería de diferente nuestra situación si hubiéramos nacido en otro país, si hubiéramos conocido otro tipo de sociedad. Ante esa lacerante tormenta de contradicciones, respiré profundamente, traté de calmarme y usé una técnica que siempre me ha funcionado (la cual recomiendo), me pregunté:

¿Que haría el comandante si estuviera en mi lugar?

La claridad revolucionaria calmo mis dudas y tuve certeza de la línea de acción que debía tomar. Con la ruta en movimiento comencé a escribir mi reporte, mientras lo hacía pensé: «ella se va, pero al menos el comandante se queda«.